Los campos de lavanda tienen esa magia: te envuelven en su aroma, te pintan la piel de azul y violeta, y te enseñan a escuchar el viento.

Caminar entre ellos fue como entrar en un sueño. El cielo gris azulado se extendía sobre mí como una acuarela suave, mientras el perfume floral lo llenaba todo. No había prisa. Solo una sensación cálida de estar justo donde debía estar.

En medio de ese escenario, elegí llevar un vestido de Sandro que parecía hecho para ese instante. Su estampado botánico en verdes profundos y morados intensos dialogaba con el entorno de forma casi simbiótica. Como si el diseño hubiera sido inspirado en ese mismo campo de lavandas donde caminaba.

Sin ninguna duda, Sandro se caracteriza por un estilo elegante, contemporáneo y urbano, con un aire chic parisino desenfadado.

La tela, ligera y elegante, se movía con gracia con cada brisa. Y ese detalle en el cuello, cruzado con suavidad, le daba un aire romántico y sofisticado.


Me sentí libre, femenina, conectada. A veces un vestido no solo embellece: acompaña el momento, lo define, lo transforma en recuerdo.

En esa quietud, entendí que también hay belleza en lo simple: en la risa espontánea, en el vaivén del cabello al viento, en el roce de las flores en la piel. En vivir un instante con todos los sentidos despiertos.

No sé si fue la luz, el paisaje, o la magia de ese vestido que parecía capturar la esencia del lugar, pero algo en mí se alineó. Y fue entonces que decidí abrir los brazos, cerrar los ojos… y girar. Porque a veces la felicidad se parece mucho a eso: dejarse llevar, sin más, por el perfume de un campo, el vuelo de una tela y la emoción de estar viva.